
HE ESCRITO un libro.
Me lo envían reciente
con las tapas azules y amarillas
y una dedicatoria en versos anchos.
He llorado al atardecer sobre mi libro.
Porque cuenta la historia de mi alma.
Porque cuenta los amores que no tuve,
los libros que leí y que no leí,
porque cuenta episodios de los que no soy protagonista,
porque contiene las claves de la vida
que aún no supe vivir, en tantos años...
Lloro porque un libro así
lleva mi nombre en la cubierta.
Pero lloro también por otras cosas.
Lloro porque para escribir mi libro
desoí las penas de algunos amigos,
me olvidé de contestar cartas sinceras
y casi maté de hambre al pobre Atticus,
mi perro, que a fin de cuentas,
tampoco tiene la culpa de que a los hombres,
a cierta edad, nos dé por hacer libros.
Este libro por tanto es culpable
de mis pecados tristes
de omisión e ignorancia.
Me acuso, sobre todo,
de que por este libro,
por la tiranía de sus capítulos,
por la necesidad de su trama,
amé a un hombre urgentemente,
le acaricié deprisa, sin paciencia,
y se fue de mi lado
más desnudo aún de lo que quiso.
Así que este libro ojalá lo compren muchos,
yo lo vendo; no lo quiero conmigo.
La próxima vez
escribiré libros con menos páginas,
o poemas con menos versos,
o versos monosílabos.
Y amaré más despacio.
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