CEREZAS (RAFAEL CAMARASA)
Cuando seleccionábamos los cuentos y poemas que este año habían de pasar al Jurado Final del Certamen Literario “Emilio Murcia”, Noelia me habló con entusiasmo del que era su favorito: Seis. Su lectura me hizo recordar uno de mis relatos favoritos, uno de Rafael Camarasa que se llama Mapas y que había ganado el Certamen Flor de Cactus en 1997. Seis no obtuvo el premio, pero el Jurado le hizo una mención especial y propuso su publicación; así es que hubo de abrirse la plica y se supo que el autor era Rafael Camarasa, del que además yo había leído otro par de libros de poemas: La ciudad sin mar y Algunos corazones solitarios, que sin embargo no me habían dejado tanta huella.
Esto que acabo de contar me ha permitido volver a ponerme en contacto con este joven autor valenciano (aunque lo de “joven” siempre es relativo y depende de quién lo diga o quién lo escuche), que me ha puesto al corriente de sus últimas publicaciones: El libro de relatos Feos (“Todos los feos escribimos, pintamos o soñamos”, me escribió en la dedicatoria… gracias por la parte que me toca), y el de poemas Cabos sueltos.
Como el que más me sigue gustando de todos es el de Mapas le pedí que me dejara compartirlo con todos vosotros. Le pareció bien y me lo envió digitalizado… pero descubrí que era demasiado largo para leerlo como “post del blog” (“artículo o entrada de la bitácora”, debería escribir), así es que decidí crear este acceso directopara el que tenga ganas de leerlo con más calma y, en su lugar, colocar este poema de su último libro, que me emocionó hasta las lágrimas… ¿Por qué? Explicarlo sería tema para una “carta abierta” y aquí estoy compartiendo “lo que escriben mis amigos”:
CEREZAS
En la pizarra de la cocina dejaste
un recordatorio para el día siguiente:
“Hay que comprar cerezas”.
Y yo me sentí feliz
Sólo porque existía un espacio
vacío en nuestro frutero
y éste ocupaba su lugar de siempre
en un rincón de la nevera,
y esa máquina de frío
habitaba en silencio la cocina
de esta casa recién pintada
en la que hemos compartido las cerezas
que faltaban en el recipiente
que esperaba en el frigorífico.
Y porque en aquel detalle tan nimio,
parecido a tantos otros,
de escribir con tu letra redonda
algo que anoche faltó en la mesa
-aunque nunca lo había pensado
y tú ni siquiera lo sospeches-
residía el gesto de seguir,
de continuar un rumbo que me incluye:
nadie se preocupa por la ausencia
de unas cerezas en su vida
cuando piensa en arrojar la toalla,
en marcharse sin volver el rostro.
Así que aquella frase tan simple
que cruzaba la superficie de la pizarra
y que a nadie que visitase la casa
descubriría nada sobre sus moradores,
se convirtió en una de esas señales
que dejamos en los libros de cabecera
y nos indican a la noche siguiente
la página donde nos quedamos.
(Sé que una marca no me asegura
que volverás a por el libro de tu mesilla,
pero sí que tenías esa intención
al doblar el ángulo de la hoja).
Esta mañana cuando llegaste
con el bolso lleno de cerezas
y las dejaste junto a las que yo
compré al pasar por el mercado,
sonreímos pero cada uno
lo hizo por una cosa.
A ti te resultó gracioso
que los dos nos acordáramos.
yo tan sólo te agradecía
que hubieras confirmado el presagio.
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