lunes, 24 de julio de 2017

POETA DE GUARDIA (GLORIA FUERTES)


Nací para poeta o para muerto
escogí lo difícil
-supervivo de todos los naufragios-
y sigo con mis versos
vivita y coleando.

Nací para puta o payaso
escogí lo difícil
-hacer reír a los clientes desahuciados-
y sigo con mis trucos
sacando una paloma del refajo.

Nací para nada o soldado
y escogí lo difícil
-no ser apenas nada en el tablado-
y sigo entre fusiles y pistolas
sin mancharme las manos

           
Conocí a Gloria Fuertes por la televisión, como casi todos. Ya no era tan niño, pero me hechizaban aquellos breves poemillas suyos que, con voz aguardentosa y cascada, ella misma recitaba en “Un globo, dos globos, tres globos”. Con más edad conocí su obra para adultos: Aconsejo beber hilo, Sola en la sala, Cuando amas aprendes Geografía, Historia de Gloria… Y otras cuantas, en especial su Poeta de guardia, que me hacía imaginarla sola en la madrugada (toda su poesía es una queja -sin lágrimas, gimoteos ni aspavientos- de soledad), en medio de la gran ciudad, asomada a una ventana, desde cuyos cristales se escapara la única luz que, junto a la de los semáforos y alguna amarillenta farola, rompiese la oscuridad de un Madrid dormido… Y ahora que lo escribo, ahora que os lo cuento, se me ocurre si no será esta imagen la que me hizo creer, durante muchos años, que Gloria Fuertes era la mujer de Dámaso Alonso (el de
             Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres 

                                                       (según las últimas estadísticas). 
                A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo”)

… Luego supe que no era así, conocí más de su vida y, en los tiempos de la Editorial, llegué a visitarla un día en su casa de la calle Padre Damián, que no estaba ni tan alta ni tan vacía como yo la imaginara de adolescente. Sin embargo, en aquel encuentro, se cumplen ahora diez años, el mito se me desmoronó; a Gloria Fuertes, aquel día, no le preocupaban, como en sus versos de siempre, el tendero, la limpiadora de la oficina, la prostituta tísica, los albañiles, los mendigos, un camello cojo… estaba enojada porque le habían dado el último premio Nobel a Wislawa Szymborska y ella se consideraba con muchos más méritos.
            Debería haber tenido en cuenta que fue sólo una mañana, sólo una conversación y que aquél, al fin y al cabo, era un tema de actualidad (estaba a punto de concederse el de ese año, que fue para Darío Fo). ¿Quién no se ha sentido alguna vez frustrado, incomprendido o relegado? Una década después me doy cuenta de que lo verdaderamente valioso, para mí, hubiera tenido que ser el que ella me confiase ese malestar, esa decepción, como cuando en alguno de sus poemas escribía
                        
                       “Cuatro mil millones
                               mis vecinos en la tierra
                               cuatro mil millones
                               y yo sola en la azotea
O     
                        “Luego de mayor,
                               lo único que pedí prestado
                               fue amor,
                               lo devolví con creces,
                               hoy estoy arruinada

            Hace unos días, en el boletín Bilaketa, que puntualmente me llega por Internet y siempre abro con gusto, reproducen un texto suyo, esta vez no dirigido a los niños, sino a los más mayores, a los ancianos; su lectura me ha llevado a revivir estos recuerdos y compartirlos con vosotros, poniendo punto final con algunas de las frases del texto que envían los de Aoiz (Navarra), y en el que la poeta dice cosas como éstas: “Tenemos que hacer todo lo que no pudimos hacer durante años… ahora sabemos todo lo que NO nos han enseñado... No tengo hijos pero tengo libros… (tenemos tiempo de) hacer flores de mentira y dar besos de verdad… Recuerden que les recuerdo. Reciban versos y besos de vuestra amiga,
Gloria Fuertes”          

Y nadie suena, o quema, o hiela o llama
en esta noche,
en la que,
como en casi todas,
soy poeta de guardia.

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