miércoles, 26 de julio de 2017

LOS POBRES DE PEDIR


Muchas veces cuando ya habíamos jugado a todo, jugábamos al final a los pobres que era lo más difícil, porque a lo mejor nos entraba de repente la compasión.
Nos poníamos unas ropas viejas y cogíamos un saco para echárnosle a los hombros y salíamos a pedir. Hacíamos como que llegábamos a la puerta de una casa, y decíamos:
– ¡Una limosna por amor de Dios!
Y entonces a veces nos decían:
– ¡Dios le ampare, hermano! –y no nos daban nada.
Pero en otras casas nos daban un botón o unas recortaduras de patatas, o unas ortigas, que eran como si fueran berzas, y las mondajas como si fueran recortaduras de tocino. Y entonces decíamos:
– Dios se lo pague.
Y, cuando ya teníamos unos cuantos botones y muchas ortigas o mondas de patatas, íbamos a la posada y preguntábamos si podíamos acostarnos allí. Y decía la posadera:
– Vale dos duros.
Y la dábamos dos botones. Y luego preguntábamos:
– ¿Y podría usted guisarnos estas viandas que traemos?
Pero la posadera decía:
– Ésas son porquerías para los cerdos.
Y nos las cogía y las tiraba. Así que entonces sacábamos otro botón para pagar la cena, y la posadera nos ponía un plato en una mesa y comíamos al pozo. Y ella decía:
– Antes de comer, se reza.
– Sí, señora –decíamos nosotros.
Y nos poníamos a rezar. Pero cuando ya estábamos rezando, se presentaban los guardias y decían:
– Quedan ustedes detenidos.
– ¿Qué hemos hecho? –decía unos de nosotros.
Y respondía un guardia:
–Porque son ustedes pobres, y resultan peligrosos.
Entonces intentábamos escaparnos, pero decía la posadera:
– Eso no vale. Os tenéis que dejar llevar a la cárcel como los pobres de verdad, que es como es el juego.
De manera que los guardias sacaban del bolsillo una cuerda y nos ataban las manos, y así nos llevaban a interrogarnos que es lo más bonito porque contábamos la vida de pobre que teníamos y el hambre que pasábamos, y de dónde éramos, y el frío de los inviernos sin un techo donde guarecernos y sin tener a nadie en este mundo que nos amparase. Pero a veces, ya digo, nos entraba a lo mejor entonces, la compasión, y los mismos guardias decían:
– ¡Bueno, bueno! ¡Que no se vuelva a repetir, y a ver si dejan ustedes de ser pobres!
Y nosotros contestábamos:
– ¡Sí, señor! ¡A ver!

1 comentario:

  1. José Jiménez Lozano, genial, para mí, este Cogedor de acianos y el mudejarillo de lo mejorcito. Breves, intensos y dejan huella.

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