Primero conocí su pensamiento y ni siquiera supe que él existía.
Luego conocí sus poemas y ni siquiera supe que él los había escrito.
Los creí canciones de Amancio Prada, que era a quien se los oí cantar. Luego me enteré de que éste sólo les ponía la música y la voz, para envolverlos con ropas tan hermosas como los versos desnudos de cada poema: “Libre te quiero… pero no mía, ni de Dios, ni de nadie. Ni tuya siquiera”. Recuerdo la emoción que sentí la primera vez que lo oí y recuerdo que fue en un programa de televisión, cuando éstos, fieles a la realidad, se emitían en blanco y negro.
Luego supe que Agustín García Calvo era el autor. El autor de éste y de otros muchos poemas no menos bellos. Supe que además era gramático, filósofo y anarquista; que escribía contra el poder, el Estado, el capital, el tiempo, la pareja, la realidad… Que traducía a los clásicos y que había sido apartado de la universidad, en el mismo proceso en el que expulsaron a Enrique Tierno Galván y a José Luis López Aranguren… Motivos todos más que sobrados para interesarse por su obra.
Me sorprendió entonces descubrir que este hombre, al que empezaba a admirar, no permitía que nadie comerciara con su pensamiento y su creatividad. Al contrario de lo que perseguimos (casi) todos los que escribimos, él huía de las editoriales comerciales, de las multinacionales, de las grandes firmas, y él mismo se publicaba sus libros en la editorial “Lucina” que fundó en Zamora, su ciudad natal.
Fue entonces cuando me di cuenta de que lo primero que había conocido de él era su pensamiento. Aún era yo un adolescente cuando cayó en mis manos la copia a ciclostil de un librito que se llamaba Manifiesto de la Comuna Antinacionalista Zamorana. Era apenas un folleto, poco más que un panfleto que, por el título, casi parecía escrito en broma, pero que en su interior atesoraba inquietantes reflexiones y verdaderas ansias de libertad. Aún recuerdo con cierta emoción la descripción de una bandera que no estaba hecha de trapo sino de brisa, de viento, de aire libremente ondeando entre girones de tela.
Un día que fui a Zamora busqué la editorial. La encontré en una “rua” del casco antiguo, una calle empedrada y estrecha, como no podía ser de otro modo en la bella ciudad que se mira en las aguas del Duero. Siempre he creído que quien me atendió era hermano suyo, no sé de dónde saqué esa idea; pero lo que sí recuerdo con certeza es que no me quiso cobrar el ejemplar que me llevé del “manifiesto” y con el que pude reponer la copia que, en folios grapados, había conservado desde la adolescencia.
Agustín García Calvo, como he dicho, no estaba en Zamora aquel día. Lo vi en persona en Valencia muchos años después, en una conferencia suya a la que fui lleno de ilusión y de la que salí tristemente decepcionado. El poeta no recitó. El catedrático no se mostró elocuente. El pensador no dio muestras de lucidez. Agustín, que parecía y quizás estaba más ebrio que sobrio, habló con cierta incoherencia y se excusó diciendo que no le apetecía hablar sino cantar. Tarareó algunas coplas. Dicen quienes lo conocían que inventaba melodías y las cantaba pero, desde luego, aquella tarde en Valencia lo hizo sin voz y sin gracia… No era para eso para lo que habíamos ido a verlo. Sólo ahora, mucho tiempo después, se me ocurre pensar que quizá todo aquello fuera intencionado. ¿Qué nos habíamos pensado? ¿Que iba a presentarse ante nosotros en plan ídolo, a cosechar los aplausos de sus admiradores, de un público complacido? Es evidente que no y es evidente que nos dio la lección que nos merecíamos… Pero eso he tardado años en entenderlo.
El pasado 1 de noviembre Agustín García Calvo murió en Zamora. Le rendí doble homenaje: Por un lado, releyendo su Relato de amor, un largo poema compuesto por cuarenta y dos endechas, dedicado al recuerdo de su padre; por otro, escuchando aquel “Libre te quiero” que, gracias a Amancio Prada, me puso sobre su pista. Vosotros también podéis hacerlo, pinchando en este enlace… Y, por supuesto, podéis leerlo: Aquí os lo dejo para que vayáis haciendo boca y se os abran así las ganas de continuar con otros.
Libre te quiero
Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza.
Pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza.
Pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
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