Cada vez que, por uno u otro motivo, me acuerdo de Laura Plana, pienso en el mar de Amanda… Y, por uno u otro motivo, son muchas las veces que me acuerdo de ella, que no es un personaje de ficción, sino una persona real, de carne y hueso, que en un momento dado pasó por mi vida dejando huella. Laura Plana es escritora y, si no lo es, debería serlo; como lo era cuando la conocí hace más de trece años, cuando andaba buscando editor para una deliciosa colección de cuentos a la que había titulado: “El mar de Amanda”. Me hubiera gustado ser ese editor, como me hubiera gustado serlo de los poemas de Eva Vaz, de Pedro Uris y su “Cita con la eternidad”, de otra novela de Francisca Gata (“Tras el canal”), de la última que escribió Rodrigo Rubio (“Y Dios jugando al mus”), del “Bigote Prieto” de Coro Perales… Obras todas que se quedaron esperando, algunas de ellas con la portadas ya dibujadas, con las galeradas corregidas, con el papel comprado y almacenado en la imprenta.
Algunos de esos títulos fueron publicados por otros editores y pueden encontrarse en alguna librería o biblioteca, pero otros no han tenido tanta suerte y sólo pervivirán en el manuscrito que conserve su autor y en la memoria de quienes tuvimos la suerte de leerlos. Por eso, cuando vi la foto de Laura Plana que ilustra estas palabras, pensé que ese mar que ella mira no es, como pudiera suponerse, el Mediterráneo, sino el mar de Amanda, el mar que Laura soñó en su libro que nunca fue.
Cualquiera de los cuentos que lo conformaban sería demasiado extenso para tener cabida en este blog; pero hay otros que sí alcancé a editarle: “Luna de miel”, gracias al que la conocí cuando fue finalista en el I Certamen Literario “Emilio Murcia”, de Villatoya; el que nos cedió para el libro solidario “Algo de cada uno”, y un tercero con el que volvió a ser finalista, pero esta vez en uno de los concursos de relatos hiperbreves que Edisena convocaba. Será este último el que, aunque no se ciña a su estilo habitual, os transcriba para compartir con todos vosotros, mis amigos, el ingenio y el buen estilo de Laura Plana, esta escritora que, si no lo es, debería serlo; como lo era cuando la conocí hace más de trece años:
COLORÍN, COLORADO
COLORÍN, COLORADO
Cuando la consorte del Rey vio a Blanca-Nieves guardó la manzana. La Princesa, lejos de la Corte y de los cuidados de sus doncellas, había engordado de tanto comer pasta y bocadillos. Su cutis inmaculado se había ajado y su melena, en otro tiempo negra y brillante, estaba recogida en una mugrienta cola de caballo. No necesita ningún veneno, pensó la mujer, observando de lejos como bebía vino y reía con los enanos.
Volvió sonriente a Palacio, pidió hora en la mejor clínica estética del país y dos meses después, rejuvenecida, hermosa y feliz, se fugó con un joven Príncipe que vagaba perdido por los bosques del Rey.
El reloj estaba a punto de marcar las doce y la fiesta en su apogeo. Centa miró a su apuesto acompañante con ojos brillantes, lo arrastró hacia el centro de la pista, y le susurró:
—Ahora vas a alucinar.
Al sonar la primera campanada y ante la mirada incrédula de los invitados, su precioso vestido azul de raso y seda se fue deshilachando en harapos, sus joyas se fundieron sobre su piel y su complicado recogido se liberó en una larga melena rubia. Cuando el reloj calló, Centa sólo conservaba de su antiguo esplendor los zapatos de cristal. Pero seguía siendo la más hermosa.
— ¿Cómo lo has hecho? —preguntó admirado el anfitrión.
—Tengo un hada madrina.
Y Centa saludó con una sonrisa a la concurrencia, que aplaudía divertida.
—Si este joven le da un beso a la Doncella, ella y todo el pueblo van a despertar.
—Ya —murmuró el Delegado del Gobierno, rascándose la barba— ¿Cuántos son?
—Pues... unos siete mil.
—Ya.
El Alcalde y el Delegado del Gobierno contemplaban el Pueblo Encantado desde una colina.
Unos metros detrás de ellos, el joven esperaba.
— ¿Sabe lo que significa esto? —preguntó el Delegado—. Siete mil personas sin trabajo, con hambre, con necesidad de pasar una revisión médica... Siete mil problemas de golpe. Tendremos que construir escuelas, reformar el hospital y hacer un plan de educación especial para ponerlos al día de lo que ha pasado en los cien años que llevan durmiendo. Seguramente no entenderán nada.
—Pero tendremos una alcaldía. Nuestro partido no ha conseguido ninguna en esta provincia.
—¿Sin elecciones?
—Bueno... votarán dentro de cuatro años. Ahora no estarían preparados.
—Está bien. Convoca una rueda de prensa. Vamos para el castillo. El chico que vaya contigo.
Dos horas después, fotógrafos y periodistas se reunían alrededor de una enorme cama con dosel. El alcalde se colocó detrás de la joven y con un ademán hizo una señal al muchacho para que se acercara.
—Ya puedes besarla –ordenó.
Y sonrió a las cámaras.
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